The Tall Woman
English & Spanish
Moors and Christians
English & Spanish
English
partly translated anew from Spanish.
Copyright © 2013 Nik
Marcel
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(A
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La Mujer Alta
Capítulo I.
--¡Qué sabemos! Amigos míos... ¡Qué sabemos! --exclamó Gabriel,
distinguido ingeniero de Montes, sentándose debajo de un pino y cerca de una
fuente, en la cumbre del Guadarrama, a legua y media de El Escorial, en el
límite divisorio de las provincias de Madrid y Segovia;
sitio y fuente y pino que yo conozco y me parece estar viendo, pero cuyo
nombre se me ha olvidado.
--Sentémonos, como es de rigor y está escrito... en nuestro programa
--continuó Gabriel--, a descansar y hacer por la vida en este ameno y clásico
paraje, famoso por la virtud digestiva del agua de ese manantial y por los
muchos borregos que aquí se han comido nuestros ilustres maestros don Miguel
Bosch, don Máximo Laguna, don Agustín Pascual y otros grandes naturistas;
os contaré una rara y peregrina historia en comprobación de mi tesis...,
reducida a manifestar, aunque me llaméis oscurantista, que en el globo
terráqueo ocurren todavía cosas sobrenaturales:
esto es, cosas que no caben en la cuadrícula de la razón, de la ciencia
ni de la filosofía, tal y como hoy se entienden (o no se entienden) semejantes
palabras, palabras y palabras, que diría Hamlet...
Enderezaba Gabriel este pintoresco discurso a cinco sujetos de diferente
edad, pero ninguno joven, y sólo uno entrado ya en años; también ingenieros de
Montes tres de ellos, pintor el cuarto y un poco literato el quinto;
todos los cuales habían subido con el orador, que era el más pollo, en
sendas burras de alquiler, desde el Real Sitio de San Lorenzo, a pasar aquel
día recogiendo hierbas en los hermosos pinares de Peguerinos, cazando mariposas
por medio de mangas de tul, cogiendo coleópteros raros bajo la corteza de los
pinos enfermos y comiéndose una carga de víveres fiambres pagados a escote.
Sucedía esto en 1875, y era en el rigor del estío; no recuerdo si el día
de Santiago o el de San Luis... me inclino a creer el de San Luis.
Como quiera que fuese, gozábase en aquellas alturas de un fresco
delicioso, y el corazón, el estómago y la inteligencia funcionaban allí mejor
que en el mundo social y la vida ordinaria...
Sentado que se hubieron los seis amigos, Gabriel continuó hablando de
esta manera:
--Creo que no me tacharéis de visionario... Por fortuna o desgracia mía
soy, digámoslo así, un hombre a la moderna, nada supersticioso, y tan
positivista como el que más, bien que incluya entre los datos positivos de la
Naturaleza todas las misteriosas facultades y emociones de mi alma en materias
de sentimiento...
Pues bien: a propósito de fenómenos sobrenaturales o extranaturales, oíd
lo que yo he oído y ved lo que yo he visto, aun sin ser el verdadero héroe de
la singularísima historia que voy a contar; y decidme en seguida qué
explicación terrestre, física, natural, o como queramos llamarla, puede darse a
tan maravilloso acontecimiento.
--El caso fue como sigue... ¡A ver! ¡Echad una gota, que ya se habrá
refrescado el pellejo dentro de esa burbujeante y cristalina fuente, colocada
por Dios en esta cumbre para enfriar el vino de los botánicos!
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Moros y Cristianos
Capítulo - I -
La antes famosa y ya poco nombrada villa de Aldeire forma parte del
marquesado de Cenet, o, como si dijéramos, del respaldo de la Alpujarra, hacia
Levante, y está medio colgada, medio escondida, en un escalón o barranco de la
formidable mole central de Sierra Nevada, a cinco o seis mil pies sobre el
nivel del mar y seis o siete mil por debajo de las eternas nieves del Mulhacen.
Aldeire, dicho sea con perdón de su señor cura, es un pueblo morisco.
Que fue moro, lo dice claramente su nombre, su situación y su
estructura; y que no ha llegado aún a ser enteramente cristiano, aunque figure
en la España reconquistada y tenga su iglesita católica y sus cofradías de la
Virgen, de Jesús y de no pocos santos y santas, lo demuestran el carácter y
costumbres de sus moradores, las pasiones terribles cuanto quiméricas que los
unen o separan en perpetuos bandos, y los lúgubres ojos negros, pálida tez y
escaso hablar y reír de mujeres, hombres y niños...
Porque bueno será recordar, para que ni dicho señor cura ni nadie ponga
en cuarentena la solidez de este razonamiento, que los moriscos del marquesado
del Cenet no fueron expulsados en totalidad como los de la Alpujarra, sino que
muchos de ellos lograron quedarse allí agazapados y escondidos gracias a la
prudencia o cobardía con que desoyeron el temerario y heroico grito de su
malhadado príncipe Aben-Humeya;
de donde yo deduzco que el tío Juan Gómez Hormiga, alcalde constitucional
de Aldeire en el año de gracia de 1821, podía muy bien ser nieto de algún
Mustafá, Mohammed o cosa por el estilo.
Cuéntase, pues, que el tal Juan Gómez, hombre a la sazón de más de media
centuria, rústico muy avisado aunque no entendía de letra, y codicioso y
trabajador con fruto, como lo acreditaba, no solamente su apodo, sino también
su mucha hacienda, por él adquirida a fuerza de buenas o malas artes, y
representada en las mejores suertes de tierra de aquella jurisdicción, tomó a
censo enfitéutico del caudal de Propios, y casi de balde, mediante algunas
gallinas no ponedoras que regaló al secretario del Ayuntamiento, unos secanos
situados a las inmediaciones de la villa, en medio de los cuales veíanse los
restos y escombros de un antiguo castillejo, morabito o atalaya árabe, cuyo
nombre era todavía La Torre del Moro.
Excusado es decir que el tío Hormiga no se detuvo ni un instante a
pensar en qué moro sería aquél, ni en la índole o prístino objeto de la
arruinada construcción;
lo único que vio desde luego más claro que el agua fue que con tantas
desmoronadas piedras, y con las que él desmoronara, podía hacer allí un hermoso
y muy seguro corral para sus ganados;
por lo que desde el día siguiente, y como recreo muy propio de quien tan
económico era, dedicó las tardes a derribar por sí mismo, y a sus solas, lo que
en pie quedaba del vetusto edificio arábigo.
-¡Te vas a reventar! -le decía su mujer, al verlo llegar por la noche
lleno de polvo y de sudor, y con la barra de hierro oculta bajo la capa...
-¡Al contrario! -respondía él-. Este ejercicio me conviene para no
podrirme como nuestros hijos los estudiantes, que, según me ha dicho el
estanquero, estaban la otra noche en el teatro de Granada y tenían un color de
manteca que daba asco mirarlos...
-¡Pobres! ¡De tanto estudiar! Pero a ti debía de darte vergüenza de
trabajar como un peón siendo el más rico del pueblo, alcalde por añadidura.
-Por eso voy solo... ¡A ver!... Acércame esa ensalada...
-Sin embargo, convendría que te ayudase alguien. ¡Vas a echar un siglo
en derribar la Torre, y hasta quizás no sepas componértelas para volcarla
toda!...
-¡No digas simplezas, Torcuata! Cuando se trate de construir la tapia
del corral pagaré jornales, y hasta llevaré un maestro alarife... ¡Pero
derribar sabe cualquiera! Y es tan divertido destruir... ¡Vaya!..., ¡quita la
mesa y acostémonos!...
-Eso lo dices porque eres hombre. ¡A mí me da miedo y lástima todo lo
que es deshacer!
-¡Debilidades de vieja! ¡Si supieras tú cuántas cosas hay que deshacer
en este mundo!
-¡Calla, francmasón! ¡En mal hora te han elegido alcalde! ¡Verás como,
el día que vuelvan a mandar los realistas, te ahorca el Rey absoluto!
-¡Eso lo veremos! ¡Santurrona! ¡Beata! ¡Lechuza! ¡Vaya!: apaga esa luz,
y no te santigües más..., que tengo mucho sueño.
Y así continuaban los diálogos hasta que se dormía
uno de los dos consortes.
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