Hermanos Grimm: Libro Verde
Original
Edition: German
Spanish
partly translated anew from English.
English
partly translated anew from Spanish.
Copyright © 2013 Nik
Marcel
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2Language
Books
(A
Bilingual Dual-Language Project)
La Cenicienta
Rapunzel
La Bella Durmiente
Caperucita Roja
Hansel and Gretel
El Príncipe Rana
Los Músicos de Brema
Blancanieve y Rojarosa
El Pescador y su Mujer
Los Tres Pelos de Oro del Diablo
El Joven Gigante
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La Cenicienta
Un hombre rico tenía a su mujer muy enferma, y cuando vio que se
acercaba su fin, llamó a su hija única y le dijo:
“Querida hija, sé piadosa y buena, Dios te protegerá desde el cielo y yo
no me apartaré de tu lado y te bendeciré.”
Poco después cerró los ojos y espiró. La niña iba todos los días a
llorar al sepulcro de su madre y continuó siendo siempre piadosa y buena.
Llegó el invierno y la nieve cubrió el sepulcro con su blanco manto,
llegó la primavera y el sol doró las flores del campo y el padre de la niña se
casó de nuevo.
La esposa trajo dos niñas que tenían un rostro muy hermoso, pero un
corazón muy duro y cruel; entonces comenzaron muy malos tiempos para la pobre
huérfana.
“No queremos que esté ese pedazo de ganso sentada a nuestro lado, que
gane el pan que coma, váyase a la cocina con la criada.”
La quitaron sus vestidos buenos, la pusieron una basquiña remendada y
vieja y la dieron unos zuecos.
“¡Qué sucia está la orgullosa princesa!” decían riéndose, y la mandaron
ir a la cocina;
tenía que trabajar allí desde por la mañana hasta la noche, levantarse
temprano, traer agua, encender lumbre, coser y lavar;
sus hermanas la hacían además todo el daño posible, se burlaban de ella
y la vertían la comida en la lumbre, de manera que tenía que bajarse a recogerla.
Por la noche cuando estaba cansada de tanto trabajar, no podía
acostarse, pues no tenía cama, y la pasaba recostada al lado del hogar, y como
siempre estaba, llena de polvo y ceniza, la llamaban la Cenicienta.
Sucedió que su padre fue en una ocasión a una feria y preguntó a sus
hijastras lo que querían las trajese.
“Un bonito vestido” dijo la una. “Una buena sortija,” añadió la segunda.
“Y tú Cenicienta, ¿qué quieres?” le dijo.
“Padre, traedme la primera rama que encontréis en el camino.”
Compró a sus dos hijastras hermosos vestidos y sortijas adornadas de
perlas y piedras preciosas;
y a su regreso, al pasar por un bosque cubierto de verdor, tropezó con
su sombrero en una rama de zarza, y la cortó.
Cuando volvió a su casa dio a sus hijastras lo que le habían pedido y la
rama a la Cenicienta, la cual se lo agradeció;
corrió al sepulcro de su madre, plantó la rama en él y lloró tanto que
regada por sus lágrimas, no tardó la rama en crecer y convertirse en un hermoso
árbol.
La Cenicienta iba tres veces todos los días a ver el árbol, lloraba y
oraba y siempre iba a descansar en él un pajarillo, y cuando sentía algún
deseo, en el acto la concedía el pajarillo lo que deseaba.
Celebró por entonces el rey unas grandes fiestas, que debían durar tres
días, e invitó a ellas a todas las jóvenes del país para que su hijo eligiera
la que más le agradase por esposa.
Cuando supieron las dos hermanastras que debían asistir a aquellas
fiestas, llamaron a la Cenicienta y la dijeron: “péinanos, límpianos los
zapatos y ponles bien las hebillas, pues vamos a una fiesta al palacio del
rey.”
La Cenicienta las escuchó llorando, pues las hubiera acompañado con
mucho gusto al baile, y suplicó a su madrastra se lo permitiese.
“Cenicienta,” le dijo; “estás llena de polvo y ceniza y ¿quieres ir a
una fiesta? ¿No tienes vestidos ni zapatos y quieres bailar?”
Pero como insistiese en sus súplicas, le dijo por último: “Se ha caído
un plato de lentejas en la ceniza, si las recoges antes de dos horas, vendrás
con nosotras.”
La joven salió al jardín por la puerta trasera y dijo: “Tiernas palomas,
amables tórtolas, pájaros del cielo, venid todos y ayudadme a recoger. Las
buenas en el puchero; las malas en el caldero.”
Entraron por la ventana de la cocina dos palomas blancas, y después dos
tórtolas y por último comenzaron a revolotear alrededor del hogar todos los
pájaros del cielo, que acabaron por bajarse a la ceniza; y pusieron todos los
granos buenos en el plato.
Entonces la chica llevó el plato a su madrastra, creyendo que le
permitiría ir a la fiesta; pero le dijo: “No, Cenicienta, no tienes vestido y
no sabes bailar, se reirían de nosotras;”
pero viendo que lloraba añadió: “Si puedes recoger de entre la ceniza
dos platos llenos de lentejas en una hora, irás con nosotras.”
Creyendo en su interior, que no podría hacerlo, vertió los dos platos de
lentejas en la ceniza y se marchó, pero la joven salió entonces al jardín por
la puerta trasera y volvió a decir:
“Tiernas palomas, amables tórtolas, pájaros del cielo, venid todos y
ayudadme a recoger. Las buenas en el puchero; las malas en el caldero.”
Entraron por la ventana de la cocina dos palomas blancas, y después dos
tórtolas y por último comenzaron a revolotear alrededor del hogar todos los
pájaros del cielo, que acabaron por bajarse a la ceniza; y pusieron todas las
lentejas buenas en los platos.
Entonces la chica llevó los platos a su madrastra, creyendo la
permitiría ir a la fiesta, pero le dijo: “Todo es inútil, no puedes venir, porque
no tienes vestido y no sabes bailar; se reirían de nosotras.
Entonces le volvió la espalda y se marchó con sus orgullosas hijas.
En cuanto quedó sola en casa, fue la Cenicienta al sepulcro de su madre,
debajo del árbol, y comenzó a decir: “Arbolito pequeño, dame un vestido; que
sea, de oro y plata, muy bien tejido.”
El pájaro la dio entonces un vestido de oro y plata y unos zapatos
bordados de plata y seda; en seguida se puso el vestido y se marchó a la
fiesta;
sus hermanas y madrastra no la conocieron, creyendo sería alguna
princesa extranjera, pues les pareció muy hermosa con su vestido de oro, y ni
aun se acordaban de la Cenicienta, creyendo estaría mondando lentejas sentada
en el hogar.
Salió a su encuentro el hijo del rey, la tomó de la mano y bailó con
ella, no permitiéndola bailar con nadie, pues no la soltó de la mano, y si se
acercaba algún otro a invitarla, le decía: “es mi pareja.”
Bailó hasta el amanecer y entonces decidió marcharse; el príncipe le dijo:
“Iré contigo y te acompañaré…” pero ella se despidió y saltó al palomar,
entonces aguardó el hijo del rey a que fuera su padre y le dijo que la doncella
extranjera había saltado al palomar.
El anciano creyó que debía ser la Cenicienta; trajeron una piqueta y un
martillo para derribar el palomar, pero no había nadie dentro;
y cuando llegaron a la casa de la Cenicienta, la encontraron sentada en
el hogar con sus sucios vestidos; pues la Cenicienta había entrado y salido muy
ligera en el palomar y corrido hacia el sepulcro de su madre, donde se quitó
los hermosos vestidos que se llevó el pájaro y después se fue a sentar con su
basquiña gris a la cocina.
Al día siguiente; cuando llegó la hora en que iba a principiar la fiesta
y se marcharon sus padres y hermanas, corrió la Cenicienta junto al arbolito y
dijo: “Arbolito pequeño, dame un vestido; que sea, de oro y plata, muy bien
tejido.”
El pájaro la dio entonces un vestido mucho más hermoso que el del día
anterior y cuando se presentó en la fiesta con aquel traje, dejó a todos
admirados de su extraordinaria belleza;
el príncipe que la estaba aguardando la cogió de la mano y bailó toda la
noche con ella; cuando iba algún otro a invitarla, decía: “Es mi pareja.”
Al amanecer manifestó deseos de marcharse, pero el hijo del rey la
siguió para ver la casa en que entraba; pero de pronto se metió en el jardín de
detrás de la casa.
Había en él un hermoso árbol muy grande, del cuál colgaban hermosas
peras; la Cenicienta trepó hasta sus ramas y el príncipe no pudo saber por
dónde había ido;
pero aguardó hasta que vino su padre y le dijo: “La doncella extranjera
se me ha escapado; me parece que ha saltado el peral.”
El padre creyó que debía ser la Cenicienta; mandó traer una hacha y
derribó el árbol, pero no había nadie en él, y cuando llegaron a la casa,
estaba la Cenicienta sentada en el hogar, como la noche anterior, pues había
saltado por el otro lado el árbol y fue corriendo al sepulcro de su madre,
donde dejó al pájaro sus hermosos vestidos y tomó su basquiña gris.
Al día siguiente, cuando se marcharon sus padres y hermanas, fue también
la Cenicienta al sepulcro de su madre y dijo al arbolito: “Arbolito pequeño,
dame un vestido; que sea, de oro y plata, muy bien tejido.”
El pájaro la dio entonces un vestido que era mucho más hermoso y
magnífico que ninguno de los anteriores, y los zapatos eran todos de oro, y
cuando se presentó en la fiesta con aquel vestido, nadie tenía palabras para
expresar su asombro;
el príncipe bailó toda la noche con ella y cuando se acercaba alguno a
invitarla, le decía: “Es mi pareja.”
Al amanecer se empeñó en marcharse la Cenicienta, y el príncipe en
acompañarla, pero se escapó con tal ligereza que no pudo seguirla;
pero el hijo del rey había mandado untar toda la escalera de pez y se
quedó pegado en ella el zapato izquierdo de la joven; el príncipe vio que era
muy pequeño, bonito y todo de oro.
Al día siguiente fue a ver al padre de la Cenicienta y le dijo: “He
decidido sea mi esposa a la que venga bien este zapato de oro.”
Las dos hermanas se alegraron porque tenían pies hermosos; la mayor
entró en su habitación con el zapato para probarlo, pero no se le podía meter,
porque sus dedos eran demasiado largos y el zapato muy pequeño.
Su madre le dio un cuchillo y le dijo: “Córtate los dedos, pues cuando
seas reina no irás nunca a pie.”
La joven se cortó los dedos; metió el zapato en el pie, ocultó su dolor
y salió a reunirse con el hijo del rey, que la subió a su caballo como si fuera
su novia, y se marchó con ella;
pero tenía que pasar por el lado del sepulcro de la primera mujer de su
padrastro. Sentado en el árbol había dos palomas, que comenzaron a decir: “No
sigas más adelante; detente a ver un instante; que el zapato es muy pequeño y
esa novia no es su dueño.”
Se detuvo, la miró los pies y vio correr la sangre; volvió su caballo,
condujo a su casa a la novia fingida y dijo no era la que había pedido, que se
probase el zapato la otra hermana.
Entró ésta en su cuarto y se le metió bien por delante, pero el talón
era demasiado grueso; entonces su madre la alargó un cuchillo y le dijo:
“Córtate un pedazo del talón, pues cuando seas reina, no irás nunca a pie.”
La joven se cortó un pedazo de talón, metió un pie en el zapato, y
ocultando el dolor, salió a ver al hijo del rey, que la subió en su caballo
como si fuera su novia y se marchó con ella; cuando pasaron delante del árbol,
las dos palomas gritaron: “No sigas más adelante; detente a ver un instante;
que el zapato es muy pequeño y esa novia no es su dueño.”
Se detuvo, la miró los pies, y vio correr la sangre, volvió su caballo y
condujo a su casa a la novia fingida.
“Tampoco es esta la que busco,” dijo; “¿Tenéis otra hija?
“No,” contestó el marido; “de mi primera mujer tuve una pobre chica, a
que llamamos la Cenicienta, porque está siempre en la cocina, pero esa no puede
ser la novia que buscáis.”
El hijo del rey insistió en verla, pero la madre le replicó: “No, no,
está demasiado sucia para atreverme a enseñarla.”
Se empeñó sin embargo en que saliera y hubo que llamar a la Cenicienta.
Se lavó primero la cara y las manos, y salió después a presencia del
príncipe que la alargó el zapato de oro;
se sentó en su banco, sacó de su pie el pesado zueco y se puso el zapato
que la venía perfectamente, y cuando se levantó y el príncipe le miró el
rostro, reconoció a la hermosa doncella que había bailado con él, y dijo: “Esta
es mi verdadera novia.”
La madrastra y las dos hermanas se pusieron pálidas de ira, pero el
príncipe asistió a Cenicienta en su caballo, y marchó con ella; y cuando
pasaban por delante del árbol, dijeron las dos palomas blancas: “Sigue,
príncipe, sigue adelante sin parar un solo instante, pues ya encontraste el
dueño del zapatito pequeño.”
Después de decir esto, echaron a volar y se pusieron en los hombros de
la Cenicienta, una en el derecho y otra en el izquierdo.
Cuando se verificó la boda, fueron las falsas hermanas a acompañarla y
tomar parte en su felicidad, y al dirigirse los novios a la iglesia, iba la
mayor a la derecha y la menor a la izquierda; y las palomas picaron la mayor en
el ojo derecho y la menor en el ojo izquierdo;
a su regreso se puso la mayor a la izquierda y la menor a la derecha, y
las palomas picaron a cada una en el otro ojo, quedando ciegas toda su vida por
su falsedad y envidia.
Rapunzel
Había en una ocasión un matrimonio que deseaba hacía mucho tiempo tener
un hijo, hasta que al fin dio la mujer esperanzas de que el Señor quería se
cumpliesen sus deseos.
En la alcoba de los esposos había una ventana pequeña, cuyas vistas
daban a un hermoso huerto, en el cual se encontraban toda clase de flores y
legumbres.
Se hallaba empero rodeado de una alta pared, y nadie se atrevía a entrar
dentro, porque pertenecía a una hechicera muy poderosa y temida de todos.
END OF PREVIEW
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